CISNE Y CERDO

1997 El gran criminal

1997 El gran criminal

Viendo que el día no tenía ni pies ni cabeza, que la noche árida se escapaba por todas partes, que los ritmos del cielo y de la ciudad se juntaban sin hacerle caso a nadie, viendo que ya había hablado de tantas cosas, agarró su cisne enlutado y se fue al carajo.

Luchando con tu cisne (o con tu cerdo), toda la vida te la pasas luchando con tu ángel (o con tu demonio): lucha inútil, único sabor de la vida, la lucha con el cisne (o con el cerdo). Siempre luchan­do con tus deseos, con tus odios, santa puta, sensa­to hombre de negocios. Tú ángel, Tú demonio, Tú cerdo y cisne, razón y carnaval.

Un camarero amable te traiciona, con su mano de cisne te vuelve a poner un trago. Un criminal ama­ble te emociona, con sus palabras de hombre o de poeta, te habla de otros paisajes, de otra historia de amor, te enseña una vieja filosofía, en la cual cisne y cerdo son la misma cosa. Y te dejas morder el corazón por dos bestias que viven en el barro. Hijos del limo somos, sí, ¿y quién quiere ser hijo del mármol?

DADOS NEGROS

Cuando no importa ya lanzar los dados, porque todas sus caras son oscuras superficies semejantes a sí mismas; cuando las sombras son iguales a los cuerpos, y la única perspectiva es un horizonte ciego; cuando llegamos con nuestra roca a una cumbre sin cielo y sin mentiras, y no queremos bajarnos de ella; cuando andamos cabeza abajo y el cielo es el abismo; cuando el silencio devora el sil­bido, como si nos hubieran cortado la lengua; cuando sentimos que la vida es ya un dado negro, lanzado en la oscura página del tiempo; cuando somos lo negro… entonces es cuando empezamos a vivir de nuevo.

ISLA NUBLAR

La estrella se derrama como si empezáramos a amarnos. ¿Para qué amar más si ya hemos querido demasiado? Vuelven, los mismos otros, con su car­naza, con su cuerpazo, sin pasado, sin futuro, sólo presencia en un bar de pescadores, sólo cuerpos junto a un mar desconocido. El pescador ha tirado los dados negros sobre la mesa del tiempo. El juego es siempre el mismo: dados negros, piedras negras en una isla de verdor imposible. Hemos visto la lluvia, hemos visto el fuego, y las estrellas que chorreaban pintura de otro tiempo. ¿De qué cielo es esta nube inmensa que no la reconozco, esta corona de niebla que ahora cae sobre nuestros días, más allá de la isla? Un inocente taxista ha tomado el camino más largo hasta el lugar donde no está nuestra casa. Pero mi casa ¿dónde estará, dónde nuestros viejos libros, las tarjetas que nadie nos envió? ¿Y aquella triste ranchera que algún día alguien nos cantó, dónde? ¿Dónde están los mos­quitos, dónde las moscas impertinentes, las hormi­gas carnívoras, dónde todos los bichos molestos, dónde mi corazón de espuma de colchón, dónde estás amor que escupes amor? Mejor me marcho al lugar donde llegan las lluvias que traen todos los vientos.

Tendré que convertir en palabras toda esta florida basura del pasado. Y qué contar ahora sino que las estrellas gotean pintura de otro tiempo, que hue­len los políticos a ratas de ciudad, que los poetas cuentan su dinero y su vanidad. De qué hablar tú y yo cuando una raza de banqueros invade nues­tras vidas. No es que me importe nada, cerdo mío, sino que cuando te hablo creo que el pasado fue siempre peor. Sólo me importa, cerdo mío, esta humana atadura, este humano ardor, tu cuerpo y mi cuerpo haciendo guarrerías.

LOS AMORES Y LOS CAMIONES CHOCAN Y LLEGAN AL OLVIDO

Los amores y los camiones chocan y llegan al olvi­do. Ahora estoy botando la vaina, la fiebre y el cansancio. Una mujer vestida de blanco vende are­pas. En la calle de las flores alguien no tiene futu­ro. Gaviotas negras sobre la playa, peces devora­dos y el mar anunciando un día caluroso. Un caos de imágenes cuyo único orden es la vida, un pes­cador negro con una pierna cortada, una puta le agarra el paquete a un moreno. Tempranera es la luz, la gente-gente es tempranera. Es muy difícil hablar de las palmeras cuando el cielo es igual y el mundo no mejora. Pero ahí está el aire moviendo la hojarasca, el cielo oscurecido y el atardecer de mirada turística. Si todo se mueve con el ritmo de este bar — ranchera y salsa —, para qué preguntas en qué lugar naciste, en qué lugar dejarás de beber. Y te apresuras en la noche con tus destierros de alcohol. Hemos visto la vida tantas veces empe­queñecer bajo los amaneceres deslumbrantes del neón y bajo la miseria del abandono… Pero aún quedan alegrías y resacas, queda tu tatuaje en el pecho y la negación de la gimnasia. Te quiero porque eres gregario como mi corazón y como la tie­rra donde crecen las peores ortigas. Tu oreja es un caracol donde meter la lengua, donde oír el uni­verso con su vértigo hermoso. Los amores y los camiones chocan y llegan al olvido.

La bragueta se anuncia próspera, la noche incierta. Una cama y un ventilador, el olor del bar de un puerto cualquiera, y la dificultad de hablar de las palmeras, cuando el cielo es igual y el mundo no mejora, y es turístico el amanecer que nos traiciona, y tópica la búsqueda, borracho, de un pescador. Pero es verdad un cuerpo que se ofrece quemado por el sol, oxidado por la sal. Tempranera es la luz y la gente-gente es tempranera. Un hombre cojo, las palmeras, un cangrejo solitario vuelve al mar… Recomiendan el bar de un puerto abandonado tan lejano-lejano como tu misma infancia. Pero hay piel y escamas en los peces del deseo. El mundo y sus olores, la humildad del universo. El pasado es siempre un accidente, y el pescador de tiburones se pensó hecho pedazos mientras orinaba frente a ti para que tú lo vieras. La inocencia es a veces poca cosa, y la felicidad puede un día reducirse a beber con alguien una cerveza en la misma botella. Los amores y los camiones chocan y llegan al olvido.

El mundo ya no es hermoso a la manera… sino en su caos, en sus apariciones de cuerpos espejeantes en la mañana de este mar. ¿Qué habrá sido de ti, Francisco Narváez, de tu ilusión, de aquella finca en la costa, de los días en que salías a pescar tibu­rones? Era el mito del amor que volvía contigo como bestia marina hermosa y temible. Pero tú y yo girábamos en órbitas diferentes, y el centro era un vacío que decía: ¡Ya es tarde, muy tarde para los amores que chocan y llegan al olvido!

 CABEZA DE LOBO

A Franz Biberkopf

Como cabeza de lobo llevas el poema, para que te paguen tu labor lo muestras, se ríen de ti, y te dicen que ya no sirven para nada los poetas, que los lobos hace tiempo que desaparecieron… Te vas a otra tierra, buscas otro lugar, enseñas tu cabeza de lobo, tu poema, y te responden con las mismas burlas.

Vete a tu casa de piedra, siéntate junto a la hogue­ra, mira cómo el humo lamenta su ligereza, cómo quiere rebelarse contra su propio cuerpo. No puede volver atrás, porque el viento lo aleja del lugar. Demasiado tarde. El humo no sabe lo que le pasa, se toca la frente, pero no tiene frente, quiere pensar y no tiene cabeza, mira y sólo ve abajo una hoguera que se apaga. El frío y la noche se apode­ran de él… Y tú vuelves a encender la hoguera con las hojas de este libro. En el cielo se verá algún día una humareda que cubrirá la tierra.

Y volverán los lobos milenarios, en estos siglos del miedo volverán, y buscarán por todos los lugares al cazador de lobos, al criminal, y él se habrá esfu­mado, como la piel del humo, con su cabeza de lobo, con su poema.

De El gran criminal (1997)